El discurso
“Queremos un MVP”. “Usamos metodología agile/scrum”. “Nuestro roadmap está vivo”. “Esto lo sacamos en la próxima iteración”. “Podemos pivotar porque somos flexibles”.
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si, antes que nada, nos pusiésemos de acuerdo en qué problema resolver?
El objetivo no debería ser producir entregables, sino aprender continuamente qué aporta valor al usuario y al negocio y actuar en consecuencia. Y esto solo puede conseguirse apostando por una cultura centrada en crear valor continuo y sostenible, mediante iteración, medición y aprendizaje: la cultura de producto.
Eso sí, conviene no ignorar la complejidad de operar un cambio cultural de estas proporciones. La adopción de una cultura de producto no debería pasar por imponer procesos o frameworks de forma simplista y dogmática, sin entender el contexto real de los equipos.
Entregar calidad con una cadencia sostenible siempre va a producir mayor valor que lanzarse a sprints no respaldados por hipótesis. Por eso, el foco debería estar en trabajar con sentido y constancia, no en trabajar más rápido a toda costa.
Y hablando de “a toda costa”: el bienestar del equipo tiene que entenderse (también) como un factor estructural de la productividad con consecuencias directas sobre la calidad del producto y la velocidad a largo plazo.
Cuando se colabora con un equipo externo solo para “añadir más manos” a un proyecto se está desaprovechando una oportunidad clave: la de saltarse ciertos procesos, hacer las cosas de manera diferente y subir el listón.
En un momento marcado por cambios constantes y significativos, aprovechar esas colaboraciones para poder seguirles el ritmo es vital para cualquier organización.
El discurso
Está muy de moda, desde hace tiempo, afirmar que nos guían los datos. Decir que “lo que no se mide no se puede mejorar”, que “tenemos muchísimos datos”, que “todas las decisiones que tomamos están basadas en datos”, que “el dato es el nuevo petróleo”.
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si en lugar de recopilar cada vez más datos cambiásemos la manera de trabajar con ellos?
Para que los datos se conviertan en un material realmente útil hace falta que se dé un cambio cultural en las empresas. La organización tiene que…
Esta no es una solución rápida y sencilla de implementar, pero es la base indispensable sobre la que seguir construyendo.
Es oficial: ha llegado la hora de ir más allá del perfil de técnico especializado en datos y dotar a todo el equipo de las habilidades necesarias para poder gestionar la analítica de su área de forma eficiente y autónoma.
¿Una manera de hacerlo? Implementando herramientas basadas en IA conversacional que permitan que cualquier perfil dentro de la organización pueda conversar con los datos para hacer preguntas en lenguaje natural (“¿Está habiendo más abandonos este mes que la temporada pasada?”, “¿Qué campaña de los últimos seis meses ha tenido más impacto sobre las ventas de productos de montaña?”) y obtener respuestas claras, eficaces y accionables.
Sí, un dato puede indicarnos que ahora los usuarios pasan menos tiempo en una página. ¿Pero es porque han encontrado antes lo que buscaban o porque la han abandonado frustrados?
Si no sabemos qué hay detrás de ellos, los datos engañan. Por eso es fundamental diseñar experimentos que nos permitan ver no solo lo que está pasando, sino también por qué está pasando. Este proceso de diseño empieza con una pregunta clara, sigue con una hipótesis medible y una prueba controlada para comprobarla (como un test A/B, una prueba con grupos de usuarios o un piloto por fases) y termina con una fase de análisis.
Hoy, la IA puede servirnos para acelerar el diseño, la ejecución y el análisis de estos experimentos. La clave está en medir con rigor, analizar con criterio y aplicar lo aprendido para decidir mejor, no solo más rápido.
Imaginemos que, en vez de verse como números en un informe que hay que mirar cuando todo ha pasado, los datos se utilizasen como un material de construcción similar al código.
Y es que no deberíamos entender los datos como algo estático, sino como un elemento activo que dispara acciones. No es tener un informe sobre cuánta gente abandona el carrito, sino detectar que se ha abandonado el carrito y reaccionar al instante. No es esperar al informe mensual, es observar un cambio en el comportamiento de los usuarios y ajustar la estrategia en ese momento.
Así, a través de los datos, los equipos podrían construir sistemas, agentes o procesos automáticos de forma directa y consistente.
 El discurso
“Conocemos al cliente”. “Construimos el producto que nos gustaría usar”. “No construimos features, resolvemos problemas”. “Trabajamos siempre con evidencias de usuarios”.
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si construyéramos procesos que nos permitiesen cerrar la brecha entre discurso y realidad?
Los equipos de Data, Marketing, Ingeniería, Negocio, Diseño y Producto deberían colaborar desde el principio, con una misma pregunta como punto de partida: “¿Qué problema hay que resolver?”.
Trabajar juntos no significa hacer todo entre todos, sino saber dónde cada perfil aporta valor: un perfil de Ingeniería puede participar en un discovery, uno de Diseño puede estar en un sprint de desarrollo, uno de Data puede detectar oportunidades desde la escucha directa.
Eso sí, esta transversalidad no implica dilución de la responsabilidad. El equipo de Producto tiene que ser quien articule la conversación y garantice la coherencia entre el propósito y la ejecución.
La investigación con usuarios no debería ser una fase, sino un hábito. Es decir, debería integrarse en el día a día del producto mediante ciclos cortos y constantes: entrevistas, tests, prototipos, decisiones basadas en evidencias que mantengan viva la conexión con las personas usuarias.
Una práctica enraizada en los principios de las metodologías agile que es necesario combinar con ese enfoque “sin silos” que mencionábamos antes: colaboración real desde el inicio, definición compartida del problema y coherencia en la aplicación de los datos.
¿Y la inteligencia artificial? Aunque no tiene la capacidad de sustituir el pensamiento crítico ni la empatía, la IA puede amplificar este enfoque, automatizando parte de la búsqueda de insights (por ejemplo, al recoger feedback o detectar patrones de uso) y distribuyendo ese conocimiento entre todos los equipos para que trabajen siempre con información fresca y compartida.
El equilibrio entre negocio y respeto al usuario es innegociable. Por eso…
El respeto genera confianza, y la confianza, más que cualquier KPI, es lo que mantiene a los usuarios en el centro.
 El discurso
“Cualquiera puede generar una interfaz con IA, pero no cualquiera tiene el gusto necesario para hacerla coherente, elegante o emocionalmente relevante”. “No vendemos un producto, vendemos experiencias”. “Nuestra referencia es Apple”. “El producto tiene que ser sexy”.
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si empezásemos a usar el diseño como un sistema que una personas, negocio y tecnología?
El diseño no es decoración: es el motor que coordina personas, negocio y tecnología para entregar valor con claridad y confianza.
Nuestra apuesta es la de recuperar el rol transversal del diseño (del negocio al píxel), incorporando desde un principio cuestiones como la accesibilidad universal. Sobre todo ahora que se está cuestionando la propia idea de interfaz.
Diseñar también puede ser una forma de garantizar que la incorporación de IA u otra tecnología responda a un propósito.
Recuperar ese rol transversal del diseño nos ayudaría a explorar nuevos retos de negocio y a encontrar soluciones innovadoras sin perder de vista a las personas: tanto a quienes forman parte de la organización que queremos transformar como a quienes serán los futuros usuarios o clientes de nuestros productos.
Establecer criterios de decisión compartidos puede ayudar a objetivar el gusto y reducir los debates basados en opiniones personales. Cuando el equipo acuerda qué principios guían las decisiones (claridad, accesibilidad, alineación con los objetivos de negocio…), el diseño deja de ser una cuestión de preferencias y se convierte en un proceso más transparente y argumentado.
Una palanca para llevarlo a cabo es involucrar a diferentes perfiles antes de lo habitual en el proceso: Diseño podría participar en la definición del negocio o Desarrollo en la investigación con usuarios.
Se acabó la figura del diseñador rock star: sin perder el liderazgo individual, proponemos que la responsabilidad sobre las decisiones de diseño y sobre el resultado final se comparta entre todo el equipo.
Cuando todos entienden y comparten el propósito que hay detrás de una decisión de diseño (“mejorar la claridad y rapidez en la búsqueda”, por ejemplo), esta no se diluye a medida que va pasando por distintas manos (Desarrollo, equipo de Marketing, Product Manager…).
 El discurso
"Somos líderes en innovación". "Incorporamos IA". "Estamos a la vanguardia"
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si dejar de perseguir el hype nos hiciera ir más rápido y más lejos?
Evitar caer en la trampa de lo “puntero” pasa por un marco sencillo: decidir antes de construir, escalar con intención y medir lo que realmente importa.
¿Cómo afectan nuestras decisiones tecnológicas a la reputación o se ajustan a la normativa actual? ¿Nos ayudan a ser más resilientes como organización o por el contrario nos alejan? ¿Cumplen nuestros productos con los estándares que están definiendo las normativas?
Conviene no perder de vista las “otras realidades de la tecnología”, la regulatoria (como el AI Act) pero también la pública o de la percepción social. Ser capaces de aportar explicabilidad a nuestros modelos y herramientas es también cada vez más estratégico y diferencial.
El valor real no está solo en un asistente individual (“copiloto”), sino en transformar procesos completos de la organización con IA agéntica (varios agentes colaborando en paralelo). Eso implica cambios culturales y estructurales, no solo tecnológicos.
Introducir agentes de forma estratégica, atendiendo a cómo orquestar pasos, pero también a sus posibles limitaciones (por seguridad, por coste), es una de las inquietudes clave a día de hoy.
“La economía fantasma de la IA” hace referencia al uso no oficial de herramientas de inteligencia artificial dentro de una organización. Es decir, se da cuando la IA se está usando pero sin estructura ni seguimiento.
Esto, más que un problema, presenta una oportunidad: la de aprovechar una curva de aprendizaje que ya estaba en marcha para acelerarla y legitimarla. ¿Cómo? Facilitando herramientas low-code o de lenguaje natural a los equipos para que puedan seguir haciendo lo mismo pero de manera segura y trazable.
 El discurso
“We’re game changers”, “estamos revolucionando la forma en la que se hace equis”... LinkedIn está lleno de frases que anuncian impactantes cambios de paradigma.
La cruda realidad
¿Y si…?
¿Y si empezásemos a hablar de “evolución consciente” y no de cambio espectacular?
Así como hablamos de stack tecnológico para referirnos a las herramientas que usamos, también podemos pensar en un stack de impacto: un marco que nos permita medir y gestionar el valor que generamos en distintas dimensiones.
De la misma manera en la que cada tendencia suele presentar una contratendencia, a cada métrica o KPI que le exijamos a un producto podríamos añadirle una contramétrica, un mecanismo de control que nos obligue a considerar las consecuencias no deseadas de nuestras acciones.
Si se mide el número de descargas de la app, se debe medir también el número de llamadas a Atención al Cliente. Si se mide la potencia de una IA, se debe medir también lo estable y controlada que es.
Al adoptar esta mentalidad, nos alejamos del concepto de "disrupción por disrupción", enfocándonos en un crecimiento más sostenible y en un impacto genuino. Este enfoque genera un discurso más maduro y honesto que, en última instancia, construye una relación más sólida y duradera con los clientes.
Cuando basamos nuestra comunicación en ostentar disrupciones, nos estamos olvidando de cuál es la reacción más puramente humana a lo desconocido: el rechazo.
El editor de The Atlantic Derek Thompson ya señaló hace años que para lograr la adopción de un producto novedoso tenemos que presentarlo como algo familiar, conectarlo con algo que el cliente o usuario reconozca.
Una máxima que debemos tener en cuenta no solo a la hora de construir la narrativa en torno a nuestros productos digitales, sino también a la hora de construir los productos en sí.
 Desde 2021, el Panorama de Producto Digital ha sido nuestra manera de analizar el estado del sector a través de más de 150 encuestas anuales a managers y responsables de producto digital en España.
Estas encuestas nos han devuelto, año tras año, una realidad muy evidente: en nuestro sector se repiten las mismas narrativas una y otra vez. Todos decimos lo mismo (que ponemos al usuario en el centro, que utilizamos la tecnología más puntera, que somos data-driven…).
¿Pero son estas cosas que decimos un reflejo fiel de la realidad? ¿Y tiene realmente sentido que guíen cada una de nuestras decisiones?
En esta 4ª edición del Panorama damos un paso atrás y abordamos los clichés sobre producto digital desde una mirada crítica y constructiva. Porque, sobre todo en la era de la explosión de la IA generativa, para crear productos verdaderamente relevantes no podemos partir de frases hechas.
Somos Cloud District, una consultora de diseño y tecnología impulsada por la cultura. Esto significa que, más allá de ejecutar, nos gusta cuestionarnos el cómo y el porqué de todo lo que hacemos.
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